Manuel Reyes: 31-10 2009 Un día grande

5 Jun

Manuel Reyes: 31-10 2009 Un día grande

Se trata de el resumen de una Convivencia que ha celebrado nuestra Asociación, el pasado 31 de Octubre 2009

Ayer, 31 de Octubre de 2009, fue un día grande, en todos los sentidos de la palabra.
Para mí, ayer empezó a las siete de la mañana, la misma hora que cualquier otro día, a pesar de que era sábado y no tenía obligaciones laborales, y terminó a la una y media de la madrugada. Muchas horas, que hubieran justificado un cansancio físico que no existió.

La Asociación Alma y Vida celebraba un encuentro al que acudirían alrededor de noventa personas: padres y madres que traían una carga de sufrimiento acumulado y que pretendían vivir una experiencia en grupo que les permitiera llevarse de vuelta un aprendizaje que les iluminara y orientara para continuar trabajando el duelo por el cual habían acudido al encuentro.

Afronté el día con cierta inquietud: me sentía responsable de los objetivos de la reunión ( de ahora en adelante la llamaré convivencia); era la primera vez que conseguía unir a tantos padres, la mayoría de ellos desconocidos para mí y también entre ellos; había personas que no pertenecían a Alma y Vida y que acudían con la segunda intención de tomar la jornada como modelo a seguir, y tenía la seguridad de que las sensaciones que fuésemos capaces de transmitir serían decisivas para que en el futuro pudiésemos organizar otros encuentros que supusieran un atractivo para esos mismos padres que ahora se encontraban allí.

Prácticamente la totalidad de los que se habían comprometido a asistir habían llegado, y la presencia de los técnicos, implicados con la jornada, me transmitían tranquilidad, de manera que la inquietud fue desapareciendo y el día empezó a hacerse grande.

El primer acierto de la jornada vino de la mano de Valentín.

Experto como él solo, su primera propuesta de formar un gran círculo consiguió crear el clima de cercanía necesario para que todos pudiésemos tener la oportunidad de observar al que tomara la palabra, sin ningún esfuerzo.

Empezó la exposición de José Valencia sobre el papel que juega la familia en el proceso de duelo, y la gente estaba expectante. Es un asunto de muy largo recorrido, de manera que las opiniones de los padres que siguieron a la exposición del técnico, fueron, al principio, tímidas, cortas, y recelosas. Los comienzos son siempre así, pero a medida que pasaba el tiempo, afloraban las enseñanzas: las parejas no se quedan indiferentes: o se unen más, o se distancian…El resto de familiares miden los tiempos de forma distinta a nosotros: el acompañamiento es temporal y el entendimiento también….Cambiamos de amigos…Y un largo etcétera.
Mentalmente aplicaba mi propia experiencia a aquellas conclusiones mientras observaba al grupo, y concluía que los cinco años y medio que hace que Marta murió habían dado para mucho en aquél apartado de la jornada.

Solivia dio una lección magistral. Nos traía el mensaje de que podemos reír sin sentirnos culpables por ello, y nos dijo cómo. Había conseguido que su grupo fuese capaz de vivir las anécdotas positivas de cada día como algo natural, sin culpabilidad ni traumas, y a lo largo de dos años fueron capaces de aprender a cambiar sus experiencias amargas y terribles, por anécdotas vividas con alegría y plenitud.

Yo le había mostrado mis recelos sobre aquella exposición, pero la satisfacción con que fue acogido su trabajo, demostraba mi error. Después de poder observar cómo un grupo de padres que han perdido a un hijo pueden llegar a reír a carcajadas, sólo es entendible por el esfuerzo y el trabajo realizado para conseguirlo, y Solivia nos lo explicó.

Surgieron los aplausos, lo cual es un síntoma de distensión y aprobación, mientras yo continuaba observando al grupo. Las intervenciones de algunos padres pusieron de manifiesto que aquello que para algunos era una meta conseguida, para otros se encontraba a una distancia muy lejana. Observé cómo algunos abandonaron el recinto por un momento, debido a la carga de emociones encontradas que habían surgido. Todo ello contribuía para que el día fuese haciéndose cada vez más grande…

Después vino Valentín, con su intención de hacernos pensar. “PENSAR-SE”, tituló Valentín su intervención, y para ello empleó una técnica que para algunos ya nos resultaba familiar: los cuentos.

Cada cual usa para sí mismo un método de aprendizaje que sirva para interiorizar conceptos que se queden grabados de forma que a partir del momento en que lo asuma, forme parte y condicione su conducta futura. En mi caso, a lo largo del proceso de duelo que he vivido, he ido recopilando frases y nociones que han modelado mi percepción y también mi conducta, y buena parte de esos conceptos se los debo a Valentín: no somos enfermos aunque a veces puede que lo parezcamos; el dolor y el sufrimiento son cosas distintas; estoy en proceso de duelo y no en estado de duelo;… y tantas y tantas otras que conforman un trabajo extenso que ha ido labrando y adaptando mi personalidad y también mi conducta a partir de la muerte de mi hija.

Valentín usó ese sistema, el de la frase con mensaje, el de la parábola, de la fábula, el método del cuento para incrustar en el grupo la idea de que cada cual es libre para elegir su estado emocional por muy complicado que lo tengamos. Sus cuentos nos hablaron de la fortaleza y la perseverancia en el trabajo de superación de situaciones extremadamente adversas como las nuestras. Mientras los exponía, yo continuaba observando al grupo que seguía con atención la escenificación que Valentín imprimía a sus cuentos. Algunos sabían la conclusión final del relato, pero otros, expectantes, esperaban con cierta ansiedad la conclusión del mismo. La gratitud en forma de aplausos venía a confirmar que la gente estaba viviendo la experiencia que habían venido a buscar, y eso confirmaba que el día iba haciéndose cada vez más grande…

El almuerzo fue otra de las experiencias gratificantes de la jornada.

Les había propuesto que se organizaran de forma que coincidieran en cada mesa padres desconocidos entre sí, de manera que tuviesen la oportunidad de compartir sus vivencias en un momento de distensión como era aquél. La propuesta fue atendida, y tuve la oportunidad de conocer algunas de las terribles historias por las que habían pasado muchos de ellos, en algunos casos, muy pocas fechas anteriores a la jornada. Concluí que en aquellas dos horas, se estaba compartiendo algo más que mesa y mantel, y en las visitas que fui haciendo a los comensales, pude captar la satisfacción y el reconocimiento de todos.

Reanudamos la reunión con un ejercicio de relajación propuesto por Carmen Acevedo. Ella era de la opinión de que el mejor momento para realizar su intervención, sería justo al acabar la comida. Ordenó a los padres por parejas y propuso una música suave, con la cual acompañaba sus palabras dirigidas a conseguir crear un clima de acercamiento a través del contacto físico entre cada pareja. Había que darle rienda suelta a la imaginación de manera que cada cual debía modelar una figura maravillosa a través del roce de la cabeza, hombros, brazos y piernas del otro.
En realidad Carmen con su ejercicio pretendía conseguir desinhibir al grupo, y hacernos ver que a pesar de vivir situaciones desagradables, se puede ver y sentir a los demás como personas cercanas y no como seres rechazables.

No estoy seguro si lo consiguió en todos los casos porque yo, en mi papel de observador, veía cómo algunos no seguían escrupulosamente las directrices de Carmen. Es normal, ya que la falta de experiencias anteriores en ésta clase de ejercicios, unido al hecho de que éramos muchos, posibilitaba que la concentración fuese difícil de mantener. Sin embargo, todos agradecieron ese momento de relax.

La tarde continuó, por parte de un grupo de padres, con la expresión del agradecimiento a la Asociación por ser el lugar de encuentro que les había proporcionado la posibilidad de elaborar su duelo. En sus intervenciones, consideraban que Alma y Vida y los técnicos que trabajan los grupos formados, han sido determinantes para sus vidas después de la pérdida de sus hijos. Se dijeron algunas expresiones que yo comparto en toda su significado, tales como que el grupo se consideraba como una familia adicional, que el apoyo y el entendimiento recibido en el grupo no es comparable con ningún otro, o que la amistad y la complicidad establecida sobrepasa los motivos por los que se acudió en su día a Alma y Vida.

Yo seguía en mi papel de observador, y mientras escuchaba las opiniones de los padres, llegaba a la conclusión de que los objetivos de la Asociación en general y de aquella jornada en particular se estaban cumpliendo. Me sentía satisfecho con la satisfacción de los demás, y en cierta medida, orgulloso de ocupar un papel relevante en éste grupo que había hecho posible que los allí presentes hubieran encontrado en nosotros el lugar idóneo para expresar, compartir y trabajar la vivencia más terrible de su vida, y ahora mostraban su agradecimiento. Definitivamente, el día se había hecho grande…

Chari nos leyó una carta llena de lo que ella sabe transmitir: positividad. Chari transmite credibilidad, y su forma de expresar, su cara y su semblante, no dejan lugar a la duda. La contundencia con que Chari expresa su positividad está basada en la absoluta certeza de que sus seres queridos se encuentran en una dimensión en la cual le esperan, sin prisas y sin pausas; y mientras tanto, desde donde estén, le apoyan y le incitan para que viva con la mayor intensidad y alegría posible todos y cada uno de los días que le queden antes de reencontrarse de forma definitiva con ellos. Este mensaje sólo puede ser transmitido por aquellas personas que crean firmemente en él, y Chari es una de ellas. A juzgar por las opiniones que siguieron a continuación, quienes mejor lo asumen son, precisamente, aquellos que más recientemente han perdido a sus hijos.

La última intervención estuvo a cargo de mi esposa, Ángela, que nos habló de la actitud en el duelo. Me pareció una exposición excelentemente trabajada y que abrió un debate profundo entre los asistentes.

La actitud que mantengamos ante la adversidad, sea del tipo que sea, va a marcar el éxito o el fracaso en la superación de la misma, y el mensaje de que la salida del túnel sólo se producirá a partir del momento en que decidamos buscar la luz, caló en los padres. Escuchamos hablar de pérdida definitiva de la esperanza por superar la situación, y de cómo algunos se consideraban enfermos o mutilados de por vida, de forma que su actitud iba encaminada a aprender a convivir con aquella tara. La mayoría de aquellos mensajes procedían de personas que habían sufrido la pérdida de su hijo/a muy recientemente, y que no vislumbraban ninguna defensa ante tanto dolor.
Sin embargo, las respuestas de padres y madres, como mi propia mujer, resultaron convincentes: Estamos capacitados para sacar fuerzas de nuestras flaquezas; somos capaces de realizar un trabajo de adaptación a la nueva realidad de forma que encontremos los aspectos positivos de cada una de nuestras acciones; podemos hacer frente a cualquier obstáculo que se nos presente sin mantener una actitud derrotista desde el inicio; conseguiremos no solo superar ésta desagradable situación, sino que obtendremos un aprendizaje y un crecimiento personal en muchos casos impensable antes de acontecer la pérdida de nuestro hijo. Pero nada de esto será posible si previamente no hemos desarrollado un trabajo de formación largo, duro, también sutil, que nos permita afrontar esa tarea con éxito. Ese trabajo es lo que denominamos “cambio de actitud”, y que en ningún caso se producirá por arte de magia, sino por convicción.
Cuando algún padre desesperado expone su estancamiento en su proceso, y se le dice que hay salida, que la salida depende de él mismo con su actitud, y además tiene la oportunidad de observar la realidad de lo que se le dice porque tiene delante a personas que en aquél momento las considera como metas a conseguir, entonces se denota en su cara una cierta tranquilidad porque la meta ya no es una utopía, aunque se encuentre distante.
Muchos dieron las gracias por escuchar lo que querían oír, y observar lo que querían ver: la posibilidad de superar una situación que consideraban permanente, y de encuadrar en el tiempo un proceso que consideraban infinito. Sus caras de satisfacción mostraban que los mensajes habían sido recibidos.

El contacto físico es, sin duda, la mejor forma de expresar la cercanía y la compresión entre dos personas, y eso fue lo que propuso Valentín como finalización de la jornada. Yo continuaba observando al grupo, y cuando me vi en medio de un cúmulo de personas desconocidas entre sí, unidas, entrelazadas y creando una espiral hasta conseguir formar un sólo abrazo compuesto por noventa hombre y mujeres, me pareció un momento mágico, grandioso e irrepetible. Risas y llantos se entremezclaron en esos minutos de éxtasis, y concluí que definitivamente, entre todos habíamos conseguido que ése día, fuese un gran día…

Finalmente, nos relajamos, muchos se despidieron con un abrazo, con palabras de felicitación y con deseos de volver a vivir otra experiencia similar lo antes posible. No fuimos muchos los que nos quedamos a cenar, de manera que tuve la oportunidad de hacer una evaluación sosegada de la jornada con los que se quedaron. Independientemente de la colaboración del resto de padres y de los técnicos, mi inestimable amigo Fernando y yo habíamos unido nuestro esfuerzo para organizar la jornada de la mejor manera que sabíamos, y ahora recopilábamos los frutos. Se lo recordé a Fernando: hace dos años le puse por escrito que nuestras hijas Isa y Marta nos habían unido para siempre, y eso incluía también los esfuerzos para que ése día, fuese un gran día….

Cuando desperté ésta mañana, lo hice con la decisión de poner por escrito cuanto antes, las impresiones y las sensaciones que había vivido durante la jornada de ayer, de manera que me puse manos a la obra de forma inmediata.
También hoy es el día en que, por tradición, se acude al cementerio para poner flores en las tumbas de aquellos que perdimos, así que, al final de la mañana, con el escrito prácticamente terminado, fui al camposanto.

Era tarde, de manera que no había casi nadie y yo, que soy poco detallista, ni siquiera llevaba flores.

Hace tiempo que han quitado ese sillón que ha estado siempre justo delante de la tumba de Marta, de manera que allí, de pié frente a su foto, empecé a hacer recuento de lo vivido y de lo que había escrito a lo largo de la mañana. Y se lo dije:

– Marta, ¿ sabes?, ayer fue un día especial. Estuve muchas horas junto a otros padres que es muy probable que en estos momentos se encuentren exactamente igual que yo, delante de las tumbas de sus hijos, recordándoles las experiencias vividas y las nostalgias por sus ausencias. Fue un gran día, hija…

– Ya lo se, papá. Nosotros también estuvimos allí.

Manuel Reyes.
Presidente de la Asociación Alma y Vida.

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