MANUEL REYES: La Feria

5 Jun

MANUEL REYES: La Feria

La Feria Manuel Reyes Cotán, 25 de abril 2007 Sevilla 25 de Abril de 2007. Son las seis de la tarde, estamos de Feria, y sin embargo acabo de hacer una visita al cementerio. Hace varias semanas que no me sentaba en ése solitario sillón que parece que alguien ha puesto para mí justo delante de la tumba de mi hija Marta. Tal vez parezca escalofriante, pero ésa es la hora y el lugar en que más cómodo me encuentro cada vez que tengo necesidad de dialogar con ella, porque nunca tengo prisas y porque la soledad (mejor dicho, su sola compañía) posibilita la sinceridad absoluta en los pensamientos. También hace varios años que no voy por la Feria, justo desde que se fue, y ésta medida de los tiempos, las fechas y los ánimos ha sido el asunto de la conversación que he mantenido con ella. En nuestro diálogo recordábamos cómo era su figura de 17 años con aquél traje de gitana azul, a juego con sus ojos, y tocado con mantilla dorada, a juego con su pelo. Le he comentado que ése traje lo usará ahora su hermana, a la cual veré vestida de Marta sin que se me parta el corazón. Y para poder entender y aceptar ése hecho hemos descubierto, en nuestra callada conversación, que el tiempo ha hecho la parte del trabajo que le corresponde, y que la otra parte la hemos asentado entre los dos a través de ésta forma de contacto íntimo que hemos mantenido a lo largo de estos tres años, y que continuará así hasta que, si fuera posible, nos reunamos en la forma que sea. De manera sorpresiva para mí, Marta me ha invitado a que acompañe a la Feria a su hermana: No soy capaz, le he contestado. No podré soportar el sentimiento de vacío en medio de tanta gente. Mi cara será el espejo del alma, y mi conducta no será la adecuada en un recinto que exige mostrarse alegre y desinhibido. No podré evitar sobrecogerme cuando tropiece con cualquier figura que se asemeje a aquella que tengo en la retina, y puedo correr el riesgo de que todo el trabajo de aceptación que tengo elaborado a lo largo de tres años se pierda en una sola tarde. Le insisto: Será mejor que no vaya.   Sin embargo, Marta, que en su estado actual ha adquirido una sabiduría fuera de mi alcance, me razona como siempre hace cada vez que cierro los ojos y hablo con ella con la intención de aclarar dudas y conceptos que me sirvan para quitar peso, para aliviar dolor, para absolver culpas, para desdramatizar escenas y para sosegar el ánimo. La muy lista siempre lo consigue. Y me envía su mensaje, corto y preciso: Papá, efectivamente tu cara es el espejo de tu alma, y eso es lo que tienes que decidir: cual debe ser el estado de tu alma. En éstos tres años has aprendido que el tiempo no es más que una forma de medir el apego, y a su vez el apego es una forma de medir el amor, de manera que ya sabes que no tienes ninguna necesidad de hacer depender el tiempo que hace que nos separamos con el amor que nos une. Las medidas de tu espacio y tu tiempo son distintas de las del mío: tu tiempo ahora está relacionado con mi desaparición, con lo que fue mi sufrimiento, mi muerte física y los hechos y vivencias que ocurrieron en cada lugar y en cada fecha desde entonces, y en esos parámetros te basas para medir el estado de tu alma, especialmente en éstos momentos. Pero mi espacio, mi tiempo y mi ánimo son distintos: Yo permaneceré eternamente con 19 años, mis ojos serán azules siempre, y mi sonrisa será perpetua. En éstos días de feria yo estaré allí, como siempre estuve, y tendré puesto mi traje de gitana azul y sólo tendrás que cerrar los ojos para comprobarlo. Y si se te ocurre abrirlos y ves a mi hermana con él puesto, pues alégrate y ven a la feria con nosotras. Al fin y al cabo yo estaré también a tu lado.   Manuel Reyes Cotán 25 de abril 2007

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