Ángela Ortiz Pérez: Cuatro años

5 Jun

Ángela Ortiz Pérez: Cuatro años

Ángela Ortiz Pérez, 19 Enero de 2008
Han pasado cuatro años

Perdona que entre sin llamar,

no es esta la hora y menos el lugar.

Tenía que contarte que en el cielo no se está tan mal.

 

Mañana ni te acordarás,

» tan sólo fue un sueño» te repetirás.

Y en forma de respuesta pasará una estrella fugaz.

Y cuando me marche estará mi vida en la tierra en paz.

Yo sólo quería despedirme, darte un beso y verte una vez más…..

Ahora te toca a ti, sólo a ti, seguir nuestro viaje.

Se está haciendo tarde, tendré que marcharme.

En unos segundos vas a despertar…

 

Estrofas de la canción Historias de un sueño de La Oreja de Van Gohg

Una vez más me he dejado llevar por las fechas marcadas de negro en el calendario, y como me ha sucedido hasta ahora con todas las vísperas de aquel fatal acontecimiento, me he preparado para ello. Pero he de decir que esta vez he captado un matiz diferente en mis sensaciones que bien podrían acoplarse a determinados estados de paz y serenidad.

Recuerdo que al principio, y durante mucho tiempo después de la muerte de mi hija, mi cuerpo se hallaba en guerra. Lo califico así porque miles de emociones incontroladas se soliviantaban en un organismo dolorido y abatido por un mal que daba paso a un dolor intenso en la parte central de mi pecho. Si embargo, hoy he observado que ese padecimiento que me acompañaba ha ido distanciándose cada vez más, hasta que he logrado llegar al estado en que me encuentro. Jamás podré olvidar que tras la guerra de aquellos primeros años tuve que firmar no solo uno sino infinidad de tratados de paz conmigo misma. Lo hice sin prisas pero sin pausas y con el estado de alerta que se requiere cuando se trata de defender el territorio de la propia vida.

No quiero decir con esto que ya todo este solucionado y que el dolor se haya quedado atrás, pero al menos puedo comprobar mi avance al poder sentirme en determinadas situaciones de peso controladora de mi sufrimiento. Por fin puedo ver que mis trabajos a nivel interno me han servido y me sirven grandemente, pues son cada vez más las veces que puedo intervenir positivamente en esos arrebatos de pena que me surgen cuando algo ajeno a mí me hace contactar con el deseo de conservar a mi hija por encima de todo. Mi estrategia principal ha sido la de darme un margen para analizar si verdaderamente puedo evitar ese malestar o no; porque si puedo retroceder a mi estado anterior inmediato al disgusto y quedarme con la sensación que sentía, mi cuerpo me lo va a agradecer. Me he concienciado que he de cuidarme si quiero “vivir” muchos años más.

Hoy, cuando han transcurrido cuatro años desde que dejé de disfrutar la principal relación que me vinculaba a mi hija: la de su presencia, me percato que no se halla ausente sino que por el contrario está más presente que nunca.

Sí, Marta está presente, vive conmigo durante todo el día. Desde que me levanto hasta que me acuesto ella se asoma a mis pensamientos, me enlaza con el tiempo lineal pasado presente y futuro, con mis tareas cotidianas, con mis emociones, apreciaciones, descubrimientos y con todo lo que yo soy. A fuerza de buscarla le he dado vida y está en mi vida. No quiere decir eso que no eche en falta su presencia física, ni que no sufra por ciertos sentimientos de nostalgia que me surjan; solo diré que está presente porque mientras que yo esté ella está.

Mi relación con Marta no se quedó estancada en aquel diecinueve de enero de hace cuatro años, pues siempre entendí que de esa manera viviría un duelo eterno. Podría decir que ella se ha ido convirtiendo en la fiel acompañante que me va mostrando algunos secretos de la vida que yo ansiaba conocer. Se halla pues más viva que nunca, hasta el punto que no doy ni un solo paso importante en el que no la tenga presente para hacerla partícipe de mi experiencia.

Y es que mi mente, en su continuo aprendizaje, le ha ido atribuyendo la forma de una fuerza poderosa que permanece viva tras una cortina de humo que me impide verla, pero que me cede la sensibilidad de sentirla; una fuerza con la que puedo soñar más allá de los límites de eso que llamamos “estipulado”.

A veces, rompiendo moldes, he podido llegar hasta incluso a inspirarme en su foto de graduación que reposa en la mesa del salón a la que poco a poco he ido convirtiendo en el símbolo de la casa que me conecta más con ella, y a la que le he atribuido el poder de unos ojos que miran y observan mucho más allá del simple papel en el que se hallan inmersos.

Ha sido en esta víspera de su aniversario cuando una vez más convertí su foto por unos minutos en mi fiel confidente, dando paso a una conversación donde la principal connotación radicaba en mí como emisor, y en mis sensaciones abiertas a sus respuestas como receptor. De entre todas las cosas que le dije, le comuniqué que necesitaba encontrar la fuerza para expresar todo lo que he estado trabajando durante estos cuatro años. Añadí que ya me encontraba abierta a dar el paso para comprender de una manera más personal, muchas de las nuevas teorías aprendidas, y que ella podía ser la más indicada para conectarme con el proceso. Y me surgió, como inspirada en un corto dictado, una respuesta que de inmediato me proporcionó el lugar que yo

Mientras que yo esté, tú estás.

Mientras que todos los que te conocieron estén, tú estarás.

Y cuando ya no estemos, todos volveremos a estar en tu estancia.

 

Las estrategias de mi mente para encontrar a Marta se basan principalmente en mi búsqueda personal, filosófica y espiritual del sentido de su vida y de la mía propia; pero dado que me muevo continuamente en mi propia realidad, a veces me han surgido situaciones en que se han podido intercalar ciertos episodios reales con todo el marasmo de sutilezas mentales en el que me hallo inmersa, dando paso a una sensación profunda y desconocida que quiero pensar que me conecta con mi hija.
Por todo ello, y tras esta apreciación, me gustaría expresar mi última experiencia a la que he dado esta vez no sólo un matiz comunicativo de mí hacia ella, que en cierto modo es lógico, sino de ella hacia mí, que probablemente es menos razonable.

Al día siguiente de mi “comunicación con su fotografía” regresaba de mi trabajo algo susceptible y apenada, cuando sin proponérmelo comencé a entonar la canción a la que hago mención al principio de este escrito. Si momentos antes me hubiesen preguntado por lo que iba a escuchar en la radio o en el CDROM mientras conducía, probablemente hubiese dicho que de todo menos música, pero al sorprenderme tarareándola pensé en escucharla.

He de aclarar que esa canción la oíamos con regularidad mi hija Ángela y yo cuando regresábamos del colegio poco después del fallecimiento de Marta, y para ambas adquirió un significado especial por su contenido y su preciosa música, hasta el punto de convencernos que era Marta la que nos la dedicaba.

Comencé pues a escuchar la canción a modo de terapia, como había hecho tantas otras veces, pero esta vez me llevé una gran sorpresa porque al terminar y sacar el disco comprobé anonadada que la emisora de radio que saltó automáticamente estaba en la mitad de la misma canción. Las Historias de un sueño me saludaban de nuevo dándome su último toque.
Con el disco en la mano me repetía que aquello no podía ser, que no me podía estar sucediendo a mí. Pero era evidente, allí sonaba la canción proporcionándome el mensaje indicado: “Ahora te toca a ti seguir nuestro viaje, se está haciendo tarde, tendré que marcharme, en unos segundos vas a despertar….” Sí, ella había tenido que marcharse y yo tenía que quedarme aquí para “Despertar de mi sueño” y cargar con mi maleta de viajera en este camino de rosas y espinos que me había deparado la vida después de su marcha. Automáticamente me liberé de la nostalgia y grité emocionada: -Marta. Marta. Todo esto es cierto, lo estoy sintiendo. Que lista eres, me lo has trasmitido de la manera más sutil. Gracias-

No pude continuar escuchando nada más; tan sólo me limité a buscarle un sentido a lo que acababa de sucederme. Si me planteaba el índice de probabilidades de que esa canción, compuesta hace varios años, saltase en ese momento en una radio con infinidad de emisoras, susceptibles de emitir cualquier información, hubiese pensado que era imposible. Pero si miraba la cadena de sucesiones que había observado en esa víspera, diría que tenía que ser así. Porque no era sólo la música, era mucho más que eso, eran mis propios sentimientos, mi propia apertura a considerar en esos días de gran sensibilidad la certeza de que había algo cercano a mí, que de alguna manera se había puesto en contacto conmigo para hacerme ver una respuesta: La repuesta de Marta.

Su respuesta la encuentro a diario en mi nuevo camino, en mis nuevas percepciones de todo y de todos. Y es que la contestación de Marta no se basa sólo en apreciaciones causales de ciertos episodios encontrados: es mucho más que eso, es como un dictado de movimientos que inevitablemente han cambiado mi forma de entender mi mundo tras su partida, es una mano protectora y analizadora de situaciones, es lo que mi mente trata de concederle: “El valor del triunfo”. El poder de decir que “Nada sucede por nada”, el poder de sentir que le debo una compleja experiencia positiva que sin ella y sin mi sufrimiento por su partida no hubiese logrado “despertar” en toda mi vida.

Con su enfermedad y su muerte Marta me está mostrando el camino de la vida. Esa es su respuesta.

Ángela Ortiz Pérez. 19de Enero del 2008

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *