ANGELA: Mi actitud ante el duelo

5 Jun

ANGELA: Mi actitud ante el duelo

Esta carta ha sido leida y escrita por nuestra amiga ANGELA, en la Convivencia que hemos tenido el pasado dia 31 de Octubre 2009, resultó muy bien acogida, por ello la publicamos.

La actitud es la manera en que nos enfrentamos a un problema determinado.
Me gustaría tratar el tema de la actitud en el duelo basándome en algunas de mis experiencias personales, pero antes de ello he de aclarar,

que no es mi intención resaltar mi conducta o la actitud que he llevado durante la enfermedad y muerte de mi hija, como un modelo a seguir o como una vivencia especial. Sólo puedo decir que a mí me ha ido bien, y por ello es mi deseo contarlo a otros padres que hayan estado o estén en mis mismas circunstancias.

Yo parto de la base, de que hay determinadas situaciones en la vida, que tras llevarnos a un estado crítico nos obligan a tomar decisiones importantes, y que dependiendo de la actitud que se tenga ante el hecho nos sentiremos mejor o peor. Mi historia comienza cuando le diagnosticaron a mi hija Marta un cáncer linfático en agosto del 2002, con sólo diecisiete años. Yo en principio me sentía enfadada con la vida y con todo lo que me rodeaba. Me plateaba infinidad de veces que por qué le había tenido que tocar a ella, y de paso por qué a mí. En resumidas cuentas, no aceptaba lo que nos estaba pasando y rechazaba el cambio tan dramático que habían experimentado nuestras vidas. A veces, en mi mente aparecía una pequeña idea que me insinuaba que no podía continuar con ese enfado, pero mi pretensión sólo era una: Volver a tener a mi hija sana, tal como lo había estado siempre, y ello me obligaba a pensar que todo lo que no fuese ese objetivo no me servía para nada. Luchaba contra corriente, hasta que una noche en que Marta estaba bajo los efectos de su segundo tratamiento, y yo me rebelaba con ira porque me sentía dolida por sus náuseas y vómitos, me di cuenta que estaba sufriendo horriblemente por su enfermedad, y que si sufría le trasmitía a mi hija todo mi sufrimiento. Vi tanto dolor en mí que me dije:
–No puedo seguir así. Esto tiene que cambiar. La enfermedad de mi hija no me puede destruir, tengo que hacerme amiga de ella e intentar que se vaya por las buenas…. Todos tenemos que sacar de esta experiencia algún aprendizaje que nos lleve a lo positivo.- Entonces cogí un papel y un bolígrafo y me puse a escribir gran parte de lo que había sentido, lo que sentía y los cambios que tenía que conseguir para poder acceder al nuevo planteamiento de cómo llevar el problema. Aquella noche me marqué una manera diferente de entender lo que nos estaba sucediendo. En realidad, la idea no había surgido de repente, pues como ya expuse anteriormente alguna vez pensé en cambiar mi modo de pensar, pero hasta ese momento no me puse manos a la obra, y puedo asegurar que aquellas no fueron sólo palabras.

La actitud conlleva una decisión, y una decisión no surge de pronto. Las ideas sobre cómo encauzar un problema se van fraguando poco a poco, y en ese proceso podemos permanecer días, meses, años y hasta incluso toda la vida. Si muchas veces, en situaciones normales, no tenemos claro como resolver una dificultad, en una situación de miedo ante una enfermedad mortal o muerte de un hijo, resulta mucho más complicado. En un estado así, todos nuestros esquemas se debilitan y ello nos crea un caos de confusiones que nos llevan a tener una actitud pasiva y fluctuante. Ese era mi caso, y aunque me armé de valor para dar un giro a la situación; en más de una ocasión comprobé que no era nada fácil. Sabía que si concebía las cosas de una manera diferente, tendría que mantenerme fiel al ello, pero lo que no sabía era cómo se iban a presentar las cosas. De hecho, se presentaron de tal manera que me hubiese resultado muy cómodo destruir toda la parafernalia de nuevas ideas que me había creado en relación a como llevar la enfermedad de Marta, pues tuve que lidiar con un empeoramiento de la misma y como consecuencia con los múltiples estados anímicos de miedos, culpas, dolor, desconcierto, iras etc. que se presentan cuando vemos que algo tan importante como la vida de un hijo se nos escapa de las manos. No obstante, y a pesar de todos los contratiempos, me sorprendí a mí misma al comprobar una y otra vez que mi cambio de actitud estaba claro, y que a cada nuevo contratiempo le buscaba una salida, un sentido y una razón. Generalmente lo hacía después de haberme enfrentado a él, y muchas veces me costaba un largo debate de angustias y desacuerdos, pero estaba claro que había tomado una decisión irrevocable que me exigía un consenso. Porque aunque me costaba mucho esfuerzo mantenerme en la idea de tratar de aceptar e intentar comprender lo que me iba viniendo, había notado que con una buena actitud se sufría mucho menos y ello me merecía la pena.

Adams Jackson en su libro: “Los diez secretos de la abundante felicidad” habla sobre el poder de la actitud. Y después de dar una explicación escueta pero profunda sobre lo importante que es la actitud para encontrar la felicidad, dice algo verdaderamente importante:
“Es un error centrar la atención en lo que no se tiene en vez de en lo que se tiene”
Los padres que hemos perdido a un hijo, podemos debatir esta idea y decir que es muy fácil decir eso cuando no ha pasado por la experiencia de una pérdida de tal envergadura. Pero esta idea puede perder fuerza si nos basamos en lo que dice Bucay en su libro “El camino de las lágrimas”.
“El amor a los hijos es distinto que al resto porque no se les vive como “otros” Cuando un hijo nace lo sentimos como una prolongación nuestra y no dejamos de vivirlo de ese modo a pesar de ser un ser íntegro y separado que está fuera”.
Y es que nuestros hijos no son nuestros como creemos. Si verdaderamente pensásemos así, nos ayudaríamos más y podríamos retomar el planteamiento de Jackson. Es muy cierto eso, de que “es un error centrar la atención en lo que no se tiene en vez de en lo que se tiene”, porque si estamos continuamente pensando en lo que no tenemos nos destruiremos y destruiremos lo que tenemos.

Después de todo, y volviendo a mi caso; si me hubiese centrado sólo en lo que perdía, no se qué hubiese sido de mí. Recuerdo que no sólo perdí la salud de mi hija, sino que los fuertes tratamientos a los que se sometió iban paulatinamente resaltando nuevas pérdidas, entre ellas su fecundidad, el envejecimiento de sus células etc. Durante diecisiete años la había criado pensando que iba a tener con ella todo lo que una madre de mi condición podía aspirar. La veía como una chica responsable, trabajadora, leal y fiel a sus ideales y amigos, formando su propia familia y con grandes expectativas futuras. Más de repente comprobaba que me iban arrancando poco a poco todas mis ideas sobre ella. Estoy segura que si me hubiese quedado anclada en lo que estaba perdiendo me hubiese destruido, porque eso no se puede soportar. Por ese motivo, después de trabajar mucho cada nueva contrariedad, llegaba el momento que tenía que aceptarla. Así, poco a poco fui tomando la opción de dejar a un lado muchas de mis ilusiones.

Yo creo que nadie se prepara para la muerte de un hijo, pero yo me llevé un año y medio luchando con la esperanza y la desesperanza, y al final conseguí lo que pretendí desde casi el principio: Mantener la actitud no sólo de no hundirme con lo que me estaba pasando, sino de resurgir a pesar de los contratiempos. Recuerdo poco antes de morir Marta, que después de haberme peleado con Dios y haber llegado a la conclusión de que todo era fruto del azar, cayó en mis manos un libro de Antony de Melo que se titulaba “Caminar sobre las aguas” en donde leí una oración que decía:
“Señor, dame la gracia de cambiar lo que pueda cambiar, de aceptar lo que no pueda cambiar, y sabiduría para encontrar la diferencia”.
Aquellas frases me hicieron recobrar la esperanza y con ella algo de la paz que estaba buscando; porque me di cuenta que yo no tenía poder para evitar la muerte de mi hija, que estaba limitada, y que me tenía que centrar en aceptar lo que “no podía cambiar”. Con esa actitud estaba diciendo sí a lo que me venía y eso aunque parezca raro me aportaba serenidad.

Cuando falleció, también me valió la actitud de que tenía que tirar hacia adelante. No quiero decir con esto que no haya vivido mi duelo. Por supuesto que lo he vivido, y lo he llorado profundamente, y me ha costado tiempo y esfuerzo comprender ese cambio, pero he llegado a la conclusión de que no tengo a Marta físicamente; y que evidentemente, como decíamos antes es un error centrarse en lo que no se tiene. Ahora, después de más de cinco años de su muerte ya no sufro tanto por no tener su cuerpo, porque he llegado a comprender que tengo de ella muchas cosas. Tengo el recuerdo de sus diecinueve años conmigo, de la niña y la joven especial que fue, y sobre todo tengo de ella un gran aprendizaje y una manera de ver la vida muy diferente a la que antes tenía. Recuerdo que la psicóloga a la que íbamos tras su fallecimiento nos decía que Marta nos tenía que aportar muchas cosas, porque: ¿Cómo una niña tan especial que siempre nos había dado gratificaciones iba a querer que sufriésemos tanto por ella? Yo en aquellos momentos, creía en sus palabras, pero el sufrimiento me impedía la manera de consolidarlas. No obstante, ese fue otro momento de esos muchos que hay, en el que una idea se convierte en un objetivo, y en el que se da una predisposición para llevarlo a cabo. Y creo que hoy por hoy lo he logrado.

Dicen que el duelo por un hijo se acaba cuando se es capaz de mirarle con afecto sereno.

Evidentemente, son muchas las veces que los padres que estamos o hemos estado inmersos en un proceso de duelo, no podemos dejar de centrar la atención en el dolor que nos produce la pérdida de nuestros hijos. Y es obvio, que tenemos que sacar el dolor y eso sólo se hace a base de enfrentarnos a él con todas las angustias que nos vengan, pero una vez que sale ésta, es bueno tener el control sobre nuestras mentes; y en ello juega un papel muy importante el pensamiento y la actitud que se tome. Además de tener el control es importante abrir la puerta a la aceptación, permitirnos buscar metas. Las metas dan a nuestras vidas un propósito y un significado. Y no olvidar nunca que: “Mis pensamientos son los que me hacen sentirme feliz o desgraciado, no mis circunstancias”.

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