Mientras…

Ana 3 Mar

Mientras…

«Nadie es una isla completa en sí misma y la pérdida de quien amábamos es como un trozo de nosotros mismos que se desprende, como un terrón de tierra arrastrado por el mar»
Irene Vallejo

Hace meses que no publico. Escribir… sobre qué, qué me interesa, qué me inquieta si la muerte me ha arrebatado lo importante. Qué puedo contar si durante este tiempo solo he escrito para mi hija con la única intención de llorarla y agradecer su existencia. Cuando la pena te ahoga y el duelo penetra en el todo, es imposible ver más allá. El resto del mundo se diluye, se desdibuja y todo lo que sucede en él se convierte en banal. La pena es una marea grande que lo cubre todo.

Vives por vivir, pero mientras lo haces te das cuenta de que sigues teniendo padres, hermanos, cuñadas, sobrinas, primas y una pareja. Te das cuenta de que tienes amigas que te quieren acompañar y que tus compañeras de trabajo se sobreesfuerzan en tu ausencia. Mientras sobrevives, abrazas, pero sobre todo te abrazan en el intento de dar consuelo a lo irreversible.

Mientras estás sumergida en el tsunami de las emociones y el insomnio es tu propia sombra, buscas inútilmente respuestas a lo inexplicable, y lees. Lees acerca de la muerte, lees lo escrito por otras madres, y te sumerges en sus penas, comulgas con sus rabias, iras y frustraciones… y te compadeces.

Mientras no te quitas a tu hija de la cabeza, mientras cada cosa te recuerda su bella sonrisa, mientras consideras irreal lo sucedido y cada abrazo te sitúa en la verdad, agradeces. Agradeces cada llamada, cada mensaje nacido del corazón amigo que te piensa y apuntala tu mente.

Y mientras agradeces, te enteras de que la vida te puede, de que tu psicóloga de la seguridad social sólo puede atenderte, con suerte, cada cuatro meses. Y no es suficiente. Y aprendes que las personas con alta sensibilidad son extremadamente vulnerables e impredecibles, que este mundo es el que tiene que adaptarse a ellas y no al revés. Que solo las narraciones crean significado y contexto, que las aplicaciones digitales nos están apartando drásticamente de la realidad y de la verdad, que mi dolor provoca el llanto en algunas personas y a otras enmudece.

Y concluyes que ya no puede pasarte nada peor en la vida, que tu pena no tiene cura y que no existe una palabra para definir tu nuevo estado, porque no hay palabra para nombrar a los padres y madres que hemos perdido a un hijo. Existen hijas huérfanas, esposas viudas… y yo, ¿qué soy? He pasado a pertenecer al grupo de aquellas que padecen un suceso antinatural que hace deficitario al diccionario.

Mientras siguen llegando mensajes de ánimo y postres para afrontar los días; azúcar contra la muerte, lo blanco contra lo negro, te enteras de que la Asociación «Acompañar» realiza una labor encomiable en Lanzarote acompañando el duelo y que, al igual que muchas otras ONG, apenas dispone de recursos económicos para afrontar lo que es una verdadera necesidad. Y compruebas que el alma de la asociación, Sergio García, es una persona extraordinaria que empatiza hasta la médula con el dolor ajeno.

Mientras lloras, lees. Leo a Piedad Bonnett, a Chantal Maillard, a Sergio del Molino, a Naja Marie Aidt. Las tres escritoras perdieron a sus hijos, tres varones, de igual forma que yo perdí a mi hija. Sergio del Molino perdió a su hijo por una leucemia. No importa que tu hija o hijo tenga 2, 20 o 30 años, que haya muerto por uno u otro motivo. El dolor es el mismo, y escribir sobre él, sobre el horror de la ausencia, es otra manera de cuidar y querer a los hijos más allá de la muerte.

Dice Irene Vallejo que somos seres sedientos de palabras, de las palabras que alivian, que extinguen el miedo, que calman. Palabras, escritas o habladas, da igual, si en ellas descansa mi desconsuelo.

Mientras me escriben, le escribo… Leila Guerriero señala que hay que escribir para que cada palabra soporte el peso de las que no están. Yo me digo, tienes que escribir, para que las palabras soporten el peso de que mi hija no está.

El título del libro de Naja Marie se titula «Si la muerte te quita algo, devuélvelo». A mí la muerte me quitó a mi única hija. Ana era mi vida. Sé que debo devolver a este mundo, a esta sociedad, a mis amigos, todo lo que ella era para mí. No sé cómo voy a hacerlo cuando la pena me corroe entera, pero sé que lo haré. El amor, no muere.

El amor no muere, por eso te escribo, por eso te percibo, mariposa.

El amor es eterno, por eso te lloro, por eso te sueño.

El amor no muere, por eso me desvelo, me pierdo y te convoco.

El amor es eterno, por eso te peleo y luego me arrepiento.

Ana Carrasco

P.D. Con este escrito quiero dar las gracias a todas personas que, durante estos meses, de una u otra manera, se han acercado para abrazar con cariño mi dolor. GRACIAS.

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