Ángela Ortiz Pérez: Reflexiones de una madre sobre la vida y la muerte

19 Ene

Ángela Ortiz Pérez: Reflexiones de una madre sobre la vida y la muerte

Ángela Ortiz Pérez, 19 de Enero del 2007

Desde que mi hija murió hace exactamente en el día de hoy tres años estoy aprendiendo a caminar con la mente abierta tratando de investigar todo lo que puedo sobre la filosofía de la vida y de la muerte.

Siempre que encuentro tiempo en mi quehacer cotidiano no paro de leer libros u otros escritos que me enseñen nuevos conceptos sobre estos planteamientos, o bien de buscar mensajes en distintos profesionales, vídeos etc. que me fundamente nuevos datos y me aporten la información necesaria para ir comprendiendo lo sucedido.

Podría decir que estoy totalmente abierta a aprender y que debido a estas enseñanzas me mantengo en estado de alerta ya que descubrí hace tiempo que al comulgar con esta intención la vida se me presenta de otra manera pase lo que pase.

¿Pero qué es eso tan importante que aprendo que después de la enfermedad y muerte de mi hija me mantiene con deseos de seguir viviendo?.

Estoy aprendiendo dos cosas muy importantes a las que poco a poco voy dando forma: por una parte a intentar comprender la vida y por otra la muerte.

Tal vez dicho así parece ser una idea muy ambiciosa pero creo que es lo que el ser humano ha hecho desde siempre. Yo para conocer la vida he comprobado que primero he de conocerme a mi misma, o al menos lo que pueda de mí ya que con lo sucedido todo se me remueve involuntariamente, percibo que se ha creado a mí alrededor un estilo de vida tan diferente al anterior y con tantos altibajos que parece como si de nuevo tuviese que aprender a vivir. Por todo ello, intento comprender poco a poco a esa gran desconocida que soy en esta nueva situación y a su vez voy incorporando determinados aportes que de alguna manera me ayudan a desarrollar cierta curiosidad por la vida. El hacer un análisis sobre mis raíces, mis creencias, mis miedos, mis recelos, mi sentido de la culpabilidad, del deber, del honor, de la justicia, de la responsabilidad, de la autoridad, de la crítica, del respeto etc. son aspectos que me mantienen en vilo para analizar de una manera más exhaustiva esa nueva situación en la que me hallo inmersa.

Pero no sólo se trata de analizar, se trata también de poder asimilar lo aprendido, para ello me sirve en gran medida y me resultan muy terapéuticos las lecturas, los nuevos conocimientos, las reuniones de intercambio de este tipo de información con amigos, profesionales, grupos de trabajo, grupos de padres que han pasado por mi misma experiencia etc. En resumidas cuentas es un trabajo continuo que me facilita la energía necesaria para poder seguir viviendo y de esa forma he hallado la manera menos dolorosa para mí de adaptarme a mi nueva situación.

Inevitablemente todo es diferente después de la muerte de Marta y es por ello por lo que estoy aprendiendo a reestructurar una personalidad acorde con la que siempre he tenido aunque con otros matices, con la tesitura de que ya que la estoy modificando, lo hago de la manera que considero más acertada para no sentir el dolor tan profundamente, ya bastante sufrimiento tengo con lo que me ha pasado, como para castigarme más ensañándome con los demás o con la vida misma. Si por ejemplo antes me planteaba un determinado tipo de justicia, ahora estoy introduciendo nuevos valores en ese aspecto ya que soy consciente de que el sufrimiento hace que se muevan los sentimientos de justicia fuera de los límites que siempre nos han servido de base. Se que en una situación como la mía se pueden tomar decisiones diferentes con respecto a la justicia, y éstas van en escala desde las que generan deseos de venganza hasta las que dan lugar al perdón, y yo, en estos momentos de renovar ideas, trato de tomar, o mejor dicho aprender a tomar, porque es muy difícil desarraigarse de las antiguas creencias, las decisiones que no me dañen y de entre todas he descubierto que para aprender a liberarme el perdón es fundamental: “Perdonar el daño del que consideras culpable, perdonarte a ti mismo de todo eso que crees que has hecho que no deberías haber hecho y entender que lo que hiciste sucedió porque no sabías hacerlo de otra manera, es una liberación interior excepcional”. Es evidente que esto no se consigue de la noche al día, pero con solo estar en ello, con sólo tener los sentidos abiertos ya es mucho.

Es indiscutible que todo lo expuesto hasta aquí se queda desnudo si mi objetivo se centra sólo en recomponer mi vida porque es evidente que algún día moriré, me consta que al sentir la muerte tan cercana como la he sentido necesariamente nunca más me podrá pasar desapercibida.

Y ahora entro de lleno en la otra forma que me ayuda: Aprender sobre la muerte. Aprender sobre ésta es alertar los sentidos hacia lo evidente. Preguntarme: ¿qué fue mi hija?, ¿dónde está?, ¿qué soy yo?, ¿a dónde iré cuando muera?…. Acoplar a mis pensamientos una idea de continuidad en esta sociedad en la que me desenvuelvo, que generalmente hace oídos sordos a todo tipo de creencia fuera de lo que consideran real, es difícil.

Cuando el pronóstico de Marta era irreversible hacia la muerte y tuve que enfrentarme a mi fe me encontré contrariada porque no hallaba en ello las bases sólidas y consistentes entre lo que la sociedad me planteaba y la religión que me habían transmitido o que yo he comprendido. Recuerdo que hubo un momento en que me quedé como “vacía”, sin ningún tipo de creencias y sin ningún planteamiento de la existencia a las puertas de la muerte de mi hija, con el dolor y los miedos a flor de piel y sentí que el mundo se me hundía porque no encontraba sentido a la vida.

Pero poco antes de su muerte un libro aportado por una gran amiga llego a mis manos y me tocó el “alma”, de esa manera comencé de nuevo a resistir todo el proceso sin tocar fondo porque comprobé que esa idea de nacer, vivir y morir sin más no deseaba que fuese mi idea de vida.

No, mientras mi hija muera; no, mientras yo comprenda tan de cerca que también moriré, que los otros morirán, que todos moriremos. No, no lo acepté, porque la muerte se me presentaba palpable y por eso comencé a abrirme a todo lo que me llevase a un entendimiento de mi existencia, a comprobar conociendo si lo que encontraba era posible introducirlo en mi mente como creencia. Se trataba de hallar la forma de cambiar mi sentido sobre la muerte, aunque tuviese que luchar de manera estratégica para ello.

Cambiar el paradigma sobre algo no es fácil, pero comencé a buscar y aún busco y continuare buscando una nueva manera que se acople a una nueva filosofía de la muerte, algo que ya muchos otros han trabajado antes y que se relaciona con ciertas ideologías y religiones de todos los tiempos así como con determinados estudios de lo que llamamos ciencia, de lo experimental, lo evidente.

Hoy por hoy lo he encontrado. No quiere decir que me halle en posesión de la verdad plena y absoluta porque esa nadie la tiene, pero al menos, he descubierto el camino y con ello una cuantía significativa de pensamientos, ideas, ponencias, escritos, libros que me llevan al lugar donde yo deseo ir. Y lo más curioso es que al hablar con ciertas personas sobre estos temas descubro que todos, sin excluir a nadie, se han planteado en algún momento de sus vidas, de alguna manera, la búsqueda que con tanto empeño llevo. Se que muchos sólo se quedan en eso, en un planteamiento, aunque sea sólo para desmentir las ideas que tienen los demás sobre la muerte. Tal vez yo también, en algún tiempo atrás, cuando no había sentido la muerte de cerca hice lo mismo, pero ahora no sucede así, mi hija murió y la muerte está ahí, me consta.

Ahora pienso, después de todo lo que estoy comprendiendo, que solo dejó su cuerpo, que su energía pertenece a otro plano de la existencia, de los múltiples que hay, ese plano que mi mente no puede captar por no ser lo suficientemente sutil, porque posiblemente mi cuerpo no posee la genética con las herramientas adecuadas que me lleven a ese proceso, pero lo realmente fantástico es que he comprendido que puede ser, y para ello me sustento bajo unas bases que para mí poseen una gran solidez. Y es que ante la posibilidad de tomar una opción entre dos que entiendo no son debatibles en la actualidad por nada ni por nadie, yo me inclino por una de ellas, solo es cuestión de creer, tan crédula es la teoría de pretender que todo es azar, como la de que nos movemos por unas leyes universales infinitas y que formamos parte de una energía superior que vibra más allá de lo puramente material, porque ninguna de las dos se pueden demostrar científicamente.

Hoy por hoy yo puedo tomar la opción de ir por un camino u otro: la opción de creer que existe ese otro plano o no es mía, solo mía y nadie me la puede arrebatar. Y ante esta tesitura descubro que la fe me da fuerza, me da vida, me da lo que necesito para seguir viviendo e investigando.

Es más, mientras que la idea de creer que estamos supeditados a unas fuerzas casuales me produce dolor, la otra idea noto que se acopla a una intuición maravillosa que me hace sentir que estoy en el camino correcto.

Por tanto, para mí es mucho más válida esa opción porque compruebo que se sustenta en unas bases más sólidas y encauzadas a la vida.
No, no es un cuento de hadas, porque si nos ponemos a pensar en los conceptos de eternidad, espacio, tiempo, vacío etc. Si echamos un vistazo a la astrología, ciertas religiones, ciertas filosofías, ciertas teorías físicas cuánticas etc. descubrimos que todo esto no es un cuento de hadas, es un motivo más verdaderamente interesante para revelar, aprender y conocer el sentido de nuestra propia existencia.

 

Arduo trabajo éste al que me está llevando Marta, arduo trabajo pero necesario para poder lidiar con ese campo arrasador de emociones.

Y es que las emociones, tras la muerte de un ser tan querido como lo es un hijo, no piden el beneplácito en ningún momento del día, se acoplan como quieren, se dejan llevar por un recuerdo que acontece, por una canción, un olor, un parecido físico con alguien…. En resumidas cuentas, cualquier cosa nos puede llevar al dolor asociado, cualquier cosa puede hacer que los pensamientos fluyan, las emociones cedan y surja el pesar. Es terapia, es pena que hay que dejar escapar, es el dolor y el sufrimiento de la vida misma que pugna por salir. Por eso la importancia de estar preparado, de ir conociendo acerca de la vida y de la muerte, para que en otros momentos esas emociones sentidas no solo nos hagan sufrir, sino que nos abran las puertas del recuerdo con una sonrisa de tranquilidad, porque también surge ese momento de presencia en que te asomas a la ventana del ayer y te dices: “ella fue tan feliz”, “que bonita era su sonrisa”, “cuantos amigos tenía”, “cuanto la queríamos todos”…

Los recuerdos, los pensamientos, las emociones son sensaciones que se enlazan continuamente tras la pérdida de un hijo, por ello sugiero que hay que estar en estado de alerta para un continuo aprendizaje, remodelando lo nuevo para que lo absorba tu yo, aprendiendo con una nueva filosofía de vida en el caso de que no nos encontremos lo suficientemente preparados para aceptar la pérdida, aprendiendo para no hacernos tanto daño a nosotros mismos y a tener recursos para batallar con las emociones, intentando buscar un sentido a la vida y a la muerte, el que cada cual necesite, pero darle el sentido necesario para que la vida no se convierta en un permanente rencor por lo que se fue , sino en un descubrimiento continuo.

 

Enviado por Ángela Ortiz Pérez

 

19 de Enero del 2007

7 Comments

  1. Hola, perdí a mi Hijo Juan Daniel hace 4 días. Me interesa mucho esta visión que nos comparte Ángela. Donde puedo encontrar mas de su producción o reflexiones, porque en esa búsqueda de varios años que ella lleva, ando empezando a caminar yo. Gracias

    1. Buenas noches Adriana,

      Muchas gracias por sus palabras y nuestro más sincero pésame.
      Todos hacemos esta página y estos grupos de madres y padres, para ayudarles a atravesar el duelo con la ayuda de nuestros psicólogos voluntarios.
      Te recomendamos el libro que Ángela y su esposo, Manuel, escribieron en honor a su hija Marta. Quizás puede servirte de ayuda «La sonrisa de Marta: Cómo superar la muerte de una hija» por Manuel Reyes Cotan.
      Un gran abrazo,

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