Ángela Ortiz Pérez: Cumpleaños
Ángela Ortiz Pérez, 7 de octubre del 2004
Hoy es un día para la mayoría de los seres vivos que habitan este planeta muy parecido al de ayer y posiblemente será muy parecido al de mañana, pasado etc.
Por la mañana sale el sol y por la noche se oculta. La mayoría realizamos las mismas actividades que ayer y posiblemente mañana.
Pero no sólo están las acciones, también está el pensamiento que a grandes zancadas recoge información de aquí y de allá, almacena, retiene, transforma, ejercita, ordena, conecta a través de esa máquina que está en nuestro interior y nos obedece.
Por el pensamiento observo y siento que éste día para mí no es el mismo que el de ayer, ni será como el de mañana porque en este día se concentran versátiles miles de emociones que trato de dirigir. Sin embargo éstas, al ser tantas, tratan de desbordarme.
Mi memoria retrocede inevitablemente a mi hija, a sus recuerdos.
Me debato entre dos opciones: Dejarme llevar por ese día que tanto ha significado y significa para mi con todo lo que eso conlleva a efecto de frustraciones y sufrimientos por su perdida. O tratar de racionalizarlo y convencerme que no es necesario buscar el día para sufrir más de lo que ya sufro, porque las fechas siempre están en el corazón y éste independientemente de las fechas reales, en un momento determinado se abre y saca el dolor y en otro momento se vuelve a cerrar para dar paso a la vida.
Sí, las fechas son solo eso: un punto de referencia mediante el cual contamos y tenemos noción del paso del tiempo pero el tiempo también pasó ayer y el hoy pasará al mañana y es absurdo pensar que el momento vivido ahora se volverá a repetir.
Sólo, que a pesar de mis opciones, hoy el recuerdo se me hace mas tangible y sutil y debo expresarlo.
Esta mañana me despertaba con la sensación de la sorpresa. Ayer noche presentía la fecha, era la víspera y sufría porque anticipaba lo posterior y principalmente el miedo a mis sentimientos. A veces somos una caja de sorpresas que no sabemos como vamos a funcionar, nos creemos que nos ordenan y en realidad no queremos darnos cuenta que somos nosotros los que ordenamos y nos defendemos.
Esta mañana me desperté angustiada y sorprendida. A mi memoria acudieron recuerdos del nacimiento de Marta y pensé que mi hija nos ha traído a nuestras vidas las dos sorpresas más grandes que nos han podido traer. Siempre cuando pensamos en una sorpresa creemos que es algo bueno y agradable. Pero la palabra en sí lo indica: sorpresa, sorprendente, algo que se sale de lo común, que no se espera.
Por una parte mi embarazo había sido tan normal y tan sano, además se reunieron unas circunstancias tan favorables para que todo se desarrollase normalmente que me sorprendió que el parto fuese tan problemático : meconio, bradicardia, cesárea….Me confié en el feto y sin embargo estuvo a punto de morir.
Después costó mucho sacarla adelante pero salió, se crió físicamente como lo que era una niña sana y saludable, fuerte, sin problemas y a efectos de personalidad poseía una dulzura y una mirada especial además de una sonrisa interior que rebosaba alegría y una curiosidad por el género humano muy particular. Me confié en ella, en su cuerpo, en su entorno, en su vida y de nuevo un día me dio la sorpresa, la gran sorpresa: primero la enfermedad y después la muerte.
Si, esas son las dos grandes sorpresas que me ha dado mi hija, la primera se convirtió en un sabor agridulce hasta que me quedé con lo último y la segunda del dulce pasó al agrio.
Pero vuelvo otra vez a mis pensamientos y encuentro que a pesar de las sorpresas poseo un poder dentro de mi, que puedo ordenar, elaborar, cambiar y reformar cuando quiera y me percato que sigo teniendo dos opciones: Me puedo quedar con el sabor agrio que capté esta mañana o puedo hacer mucho por convertir de nuevo el sabor agrio en dulce como si hoy se diese otro nacimiento. Observo que este nacimiento se ha estado gestando en mi mente desde que ella enfermó y que ahora en el primer aniversario de su muerte quiere dar un paso hacia delante, y con este nuevo sabor encuentro que mi hija me ha dejado una tercera sorpresa para que yo la descubra, pero esta vez de las buenas, de las sorprendentes, de las que gustan. Me ha dado las claves para hacerlo. Me ha dado el valor de sorprenderme con mis actos, el valor de buscar quien soy y como consecuencia el valor de encontrarme a mi misma..
He comprobado que desde hace tiempo me puse en marcha y que poco a poco he ido dándole forma a mis pensamientos de los que han surgido ideas sensacionales. Me he encontrado que a través de este cerebro que poseo, que ordena y que tiene como coadyuvante a todo ese campo de relaciones que puedo dirigir desde mi universo hacia fuera y hacia mi, puedo aprender a pensar y a gobernar mis ideología.
Aprendo a pensar buscando información: Almaceno, archivo, releo, exploro, retengo toda esa información que puedo encontrar en ciertos libros o escritos, videos, cassette etc. y que me pueden beneficiar.
Escucho con los oídos del entendimiento, estoy abierta a esas personas que me rodean y que me pueden aportar sabios conocimientos o experiencias que me hagan sentir todo lo positivo de la vida.
Y con todo esto descubro la mejor de las sorpresas que me ha podido ofrecer mi hija: dar sentido a su vida, dar sentido a mi vida y a todas las vidas que me rodean..
Las onomásticas se hacen duras a todos los padres que hemos sufrido la perdida de nuestros hijos, por eso hay que luchar con los miles de recursos de los que se dispongan pero siempre con la positividad por delante.
Siempre con la finalidad de comprender el mensaje: los sentimientos de dolor hay que sacarlos, vivirlos, entenderlos pero cuando fluyan hay que dejarlos ir hasta que quieran volver.
El objetivo de trabajar con el dolor es ir sacándolo pero hay que conseguir espaciar el tiempo cada vez más hasta que vuelva de nuevo y esto solo se consigue ordenando el pensamiento y dejando entrar las vías que a cada uno de nosotros, los que sufrimos, nos venga bien.
ENVIADO POR ÁNGELA ORTÍZ PEREZ
7 de octubre del 2004