Ángela Ortiz Pérez: Reflexiones y sugerencias
Ángela Ortiz Pérez, 6 de Marzo de 2008
No nos enseñan a aceptar la muerte, ni a sentirla como lo que verdaderamente es: Ante el sufrimiento de una enfermedad mortal, una liberación.
Ante la vida, una elección. Ante la vejez, un fin. No nos enseñan que nuestro cuerpo es tan frágil que puede acabar en solo segundos, ni nos enseñan que a todos nos llega la hora y que la suerte no está en que termines antes o después sino en como termines tus días.
Porque no es lo mismo morir en paz que morir con odio o con indiferencia, haber llevado una “buena” vida que una “mala” vida, acabar tus días cuando todos te aman a acabarlos cuando todos desean que te vayas.
No nos enseñan a comprender todo eso, y cada cual tiene que ir aprendiendo a través del ensayo, el error y la fortaleza que haya cosechado durante su vida.
Y no nos enseñan, porque ese aprendizaje es algo interno que debería cultivarse de la misma manera que aprendemos a convivir. Pero esa es una tarea que destruiría demasiados esquemas en la sociedad que hemos creado, en donde se rinde demasiado culto al poder y a la victoria, y en la que la muerte se toma como una gran derrota a la que ni siquiera se la mira.
Por no haber aprendido; cuando nos enfrentamos a un suceso tan fuerte como es la muerte de un hijo, nos convertimos en unos perfectos desconocidos para nosotros mismos, y nos dejamos sorprender en múltiples ocasiones por nuestras propias conductas.
Por no haber aprendido; el dolor se vuelve dominante y vamos dando palos de ciegos al convivir con la gran diversidad de emociones que conlleva dicha experiencia, hasta que puede que en algún momento se nos encienda el piloto de la solución al conflicto.
Por no haber aprendido entramos en un caos permanente de preguntas sin respuestas y sentimientos encontrados que resaltan irremisiblemente el concepto de “no aceptación de los hechos”.
Pero el no haber aprendido no supone que nunca podamos aprender. Nunca es tarde para ello. Independientemente del trabajo que hagamos a nivel personal; entre todos podemos resolver conflictos y afinar asperezas; entre todos podemos hacer más llevadero este difícil camino.
Por todo ello, considero que muchas veces es bueno que los padres nos reunamos para exponer los sentimientos, conductas y reacciones que tenemos cuando hemos perdido a nuestro hijo, pues de esa manera aprendemos a identificarlos y consecuentemente a buscar una salida.
De esa manera, aprenderemos juntos lo que antes no nos enseñaron.
Ángela Ortiz Pérez, 6 de Marzo de 2008